Miguel Uribe, un joven político colombiano de 39 años, ha sido asesinado, un acto que resuena con el eco de una violencia histórica que no cesa en Colombia. En el salón elíptico del Congreso, su familia, acompañada de miles de compatriotas, rinde homenaje a su vida y a su lucha por un país mejor. La imagen desgarradora de su pequeño hijo, frente al ataúd de su padre, evoca el dolor de generaciones marcadas por la tragedia. Miguel, quien perdió a su madre, Diana Turbay, a manos de la mafia cuando era un niño, se convierte en otra víctima en esta cadena de sufrimiento.
La ceremonia de despedida ha atraído a una multitud que expresa su pesar y su reconocimiento a un hombre que soñaba con un futuro diferente para su país. La violencia política ha cobrado una vez más una vida, dejando a una familia destrozada y a una nación en estado de shock. El contraste entre la infancia de Miguel y su trágico final es un recordatorio escalofriante de la cruel realidad que enfrentan muchos colombianos.
Mientras el país se une en luto, surge la pregunta: ¿cuántas familias más deben sufrir este destino? La historia de Miguel Uribe no es solo la de un político, sino la de un pueblo que sigue buscando justicia y paz en medio de la oscuridad. La violencia, que parecía un eco del pasado, se ha convertido en una sombra persistente, y la sociedad colombiana se enfrenta a un desafío monumental: romper el ciclo de la violencia que ha marcado a generaciones.
Hoy, el dolor de la familia Uribe Turbay se siente en cada rincón de Colombia, un recordatorio de que la lucha por un futuro mejor continúa, pero a un costo devastador. ¿Hasta cuándo?