Lalo El Mimo, un ícono del humor mexicano, se encuentra en una lucha silenciosa y desgarradora en un hospital, olvidado por la misma industria que lo aclamó. A sus 89 años, con una cadera recién operada y solo la compañía de su hija, Lalo enfrenta el dolor físico y la amarga soledad del olvido. Este hombre, que hizo reír a generaciones y conquistó escenarios en Europa, ahora es una sombra de sí mismo, atrapado en un cuerpo que no responde como solía.
Nacido en 1936 en Pátzcuaro, Michoacán, Lalo, cuyo verdadero nombre es Eduardo Mesa, era un niño de familia humilde que encontró su pasión en el arte del mimo. Desde su primer espectáculo, donde un pequeño error se convirtió en un momento cómico, su talento brilló con fuerza. Su carrera despegó cuando el legendario Andrés Soler lo tomó bajo su ala, catapultándolo a la fama en la década de 1960. Junto a su compañero Jorge Guzmán Urgel, revolucionó el humor físico en México y fue reconocido como la revelación cómica del año en 1963.
Sin embargo, el tiempo ha sido implacable. A pesar de su éxito y de haber participado en más de 140 películas, Lalo ha sido víctima de la indiferencia de una industria que lo olvidó. En 2019, confesó que no conseguía trabajo, un golpe devastador para alguien que dedicó su vida a hacer reír. En su lecho de enfermo, con su cuerpo frágil y su mente aún aguda, bromea con las enfermeras, recordándonos que su esencia sigue viva.
La historia de Lalo El Mimo es un recordatorio poderoso de cómo la fama puede desvanecerse, dejando a los ídolos en el silencio. Su hija, Marie Carmen, es su pilar en esta batalla, y juntos enfrentan un futuro incierto. A pesar de los dolores y la soledad, Lalo nos enseña que la vida vale la pena, incluso cuando duele. En un mundo que olvida demasiado rápido a sus leyendas, esta es una historia que merece ser contada y recordada.