La vida del Papa Francisco ha sido un testimonio poderoso de humildad y compromiso con la pobreza, características que se hicieron evidentes hasta sus últimos días. A pesar de ser uno de los líderes más influyentes del mundo, su patrimonio personal al momento de su fallecimiento el 21 de abril de 2025 fue sorprendentemente modesto, estimado en aproximadamente $100. Este hecho contrasta drásticamente con la riqueza del Vaticano, valorada en miles de millones de euros, y refleja su firme decisión de vivir de acuerdo a su voto de pobreza como jesuita.
Desde su elección en 2013, Francisco optó por residir en la Casa Santa Marta, un alojamiento austero dentro del Vaticano. Su suite, sencilla y sin lujos, simbolizaba su rechazo a la opulencia del Palacio Apostólico. Compartía espacios comunes y comidas con otros clérigos, una decisión que enfatizaba su deseo de estar en contacto con la comunidad y los más vulnerables.
En cuanto a los automóviles, Francisco se desmarcó de los lujosos vehículos asociados con su cargo. Su papamóvil eléctrico, presentado por Mercedes Benz en 2024, no solo respondía a su compromiso con el medio ambiente, sino que también alineaba su imagen con los valores de sostenibilidad que promovía en su encíclica “Laudato Si'”.
A pesar de recibir stipendiados modestos de aproximadamente $30,000 al año, el Papa donaba sistemáticamente estos ingresos a obras benéficas, reafirmando su convicción de que los recursos deben estar al servicio del bien común. Su compromiso con la pobreza también se evidenció en su negativa a acumular regalos valiosos, redirigiéndolos a causas benéficas.
El legado de Francisco va más allá de sus escasas posesiones materiales; su enfoque radical hacia la humildad y la cercanía con los pobres ha dejado una huella indeleble en la Iglesia Católica y en el mundo. En un contexto donde el poder a menudo se asocia con la riqueza, su vida ejemplifica que el verdadero valor reside en cómo se vive y se sirve a los demás. Su historia es un llamado a la coherencia entre las enseñanzas y la práctica, un recordatorio de que el liderazgo puede y debe ser un acto de servicio desinteresado.