En la mañana de hoy, el eco de una voz que marcó generaciones se hizo silencio. El cuerpo sin vida del maestro del merengue, Ruby Pérez, ha sido colocado en los salones del Teatro Nacional, donde se rendirá un homenaje fúnebre que pasará a la historia como un acto de reconocimiento merecido a una figura que trascendió lo musical para convertirse en símbolo nacional.
Aún no son las once de la mañana y el acceso de la prensa ha sido restringido. En ese momento, cuando el reloj marque la hora señalada, las puertas se abrirán, no solo al lente periodístico, sino también al país entero, que querrá despedirse, aunque sea con la mirada, del hombre que convirtió cada escenario en una celebración de lo dominicano.
En el salón principal del Teatro Nacional ese mismo donde tantas veces se aplaudió su arte será realizada la honra fúnebre. Y allí, entre los familiares, músicos, amigos y admiradores, también estará presente el presidente de la República, Luis Abinader, en un gesto que representa no solo al Estado, sino a la gratitud colectiva de un pueblo que reconoció en Ruby Pérez a un embajador de nuestra cultura.
Esta no es simplemente la despedida de un cantante. Es la pausa solemne que se hace cuando se marcha alguien que ayudó a definir el alma de un país a través de sus canciones. Es la reverencia de una nación a una leyenda viva del merengue que, con voz firme, llevó nuestras tradiciones más allá de nuestras costas. Ruby Pérez no fue solo intérprete; fue testigo de una época, cronista del amor y la alegría, un artista que logró que el pueblo se viera reflejado en sus letras.
A quienes aún cuestionan si el arte puede cambiar el mundo, la vida de Ruby Pérez les responde con un sí rotundo. Desde los barrios hasta las salas más prestigiosas, su música unió, emocionó y puso a bailar incluso en los momentos más duros.