Silvia Pinal, un ícono del cine y la televisión mexicana, falleció hace dos meses, dejando tras de sí un legado monumental y un testamento que ha desatado una tormenta familiar. La lectura de su última voluntad, realizada en casa de María Elena Galindo, una amiga cercana, en vez de en una notaría, generó especulaciones sobre los motivos detrás de esta decisión. La atmósfera se volvió tensa cuando el notario comenzó a leer el documento, revelando una serie de herencias y omisiones que dejaron a la familia en estado de shock.
El testamento no solo debía ser una formalidad para distribuir sus bienes, sino que se convirtió en el detonante de un conflicto latente entre sus hijos: Alejandra Guzmán, Silvia Pasquel y Luis Enrique. Desde el funeral, sus relaciones se habían deteriorado, y durante la lectura se hizo evidente la falta de conexión entre ellos. Cada uno llegó por separado, sin cruzar palabras, reflejando años de resentimientos no resueltos.
El silencio de Efigenia Ramos, asistente y confidente de Pinal durante más de treinta años, fue igualmente notable. Aunque no buscó protagonismo, su presencia insinuó que sabía más de lo que estaba dispuesta a revelar. En los días siguientes a la lectura, comenzaron a filtrarse audios que insinuaban desacuerdos sobre la repartición de la herencia, lo que intensificó la tensión familiar.
Entre los bienes disputados se encuentra la casa principal de Silvia Pinal, dividida entre Silvia Pasquel y Luis Enrique, mientras que Alejandra Guzmán quedó excluida de esta propiedad, lo que provocó su descontento. Además, el futuro del Teatro Silvia Pinal, un símbolo de su legado, permanece incierto ante la falta de un acuerdo claro entre los herederos.
La familia Pinal, que alguna vez fue un referente en el espectáculo, ahora enfrenta una guerra mediática que amenaza con destruir la memoria de Silvia Pinal. El drama no ha terminado; apenas comienza, y con cada nuevo acontecimiento, su legado se ve más empañado por las disputas y los conflictos que ella intentó evitar en vida.